El director del Instituto Cervantes de Harvard analiza los últimos datos de la enseñanza de lenguas
Un informe publicado por el «Observatorio de la lengua española y las culturas hispánicas en los Estados Unidos», centro de estudio del Instituto Cervantes y la Universidad de Harvard, revela que el español es, de lejos, el idioma más enseñado en las escuelas estadounidenses, en las que ha aumentado su demanda sin cesar durante los últimos 25 años. Nancy Rhodes e Ingrid Pufahl, miembros del Centro de Lingüística Aplicada de Washington y autoras del informe del Instituto Cervantes, lo afirman con rotundidad: la presencia del español en la educación estadounidense es fuerte y creciente en todos los niveles.
Es una realidad que las lenguas
que se enseñan en las escuelas se seleccionan atendiendo a motivaciones
políticas, como el origen cultural de los votantes -francófono o germanófono en
muchos casos- o como el dictado de los acontecimientos internacionales, que
están llevando a un aumento del interés por el árabe o el chino. Con todo, el
español es la lengua segunda más demandada en todo el territorio y en todos los
niveles, desde el jardín de infancia a la Secundaria; en el College y en el
doctorado.
Los datos precisos sobre la
enseñanza de español en las escuelas estadounidenses aportan unos matices
significativos. Uno de ellos es que el 90% de las escuelas primarias que
ofrecen programas de lengua extranjeras enseñan español, así como el 93% de las
secundarias. El crecimiento de estos porcentajes ha sido sostenido desde 1987,
pero su valor real se aprecia mejor si se repara en que la enseñanza del
francés, durante el mismo periodo, ha caído desde el 41% hasta el 11%, en la
primaria, y desde el 66% al 46%, en la secundaria.
La lengua china, por su parte, si
bien comienza a estar de moda, solo se ofrece en un 4% de la escuelas
secundarias, después de cuadruplicar su implantación en apenas una década. En
cuanto a los tipos de cursos de español que se ofrecen, merece observarse que,
en la primaria, la mitad de ellos llevan a la práctica de las cuatro destrezas
básicas (hablar, comprender, escribir y leer) y un 6% son cursos de inmersión,
mientras que más de un 40% se destinan a la transmisión de conocimientos
culturales generales y de un mínimo de léxico y fraseología.
Una realidad halagüeña
Por la información comentada, la
realidad de la enseñanza del español en los Estados Unidos podría considerarse
como halagüeña para quienes quieren aprenderlo o mantenerlo y para la comunidad
hispanohablante en su conjunto. Solo que esa no es toda la realidad, ya que la
enseñanza de lenguas extranjeras está experimentando un inquietante retroceso.
Las cifras que revelan el
empobrecimiento de la oferta de lenguas en las escuelas primarias
estadounidenses son contundentes: en 1987 menos de una cuarta parte de las
escuelas ofrecían formación de idiomas extranjeros; en 1997, su número creció
hasta alcanzar un tercio del total; a partir de 2008, sin embargo, la situación
ha revertido hasta los niveles de los años ochenta. Desde una perspectiva
europea, lo increíble no es tanto que la oferta de idiomas haya retrocedido
como que solo se incluya en una cuarta parte de las escuelas primarias y en
algo más del 50% de las escuelas intermedias. El panorama formativo se compensa
en los centros de Secundaria y Bachillerato, de los que un 91% enseñan lenguas
extranjeras, aunque también en este nivel el porcentaje actual sea menor que en
el 87.
Probablemente no sea necesario
abundar en la importancia del aprendizaje de lenguas durante la infancia ni
insistir en lo decisivo del dominio de una segunda y de una tercera lengua para
el desarrollo personal y profesional. El mundo es esencialmente multilingüe y
la dinámica de globalización está poniendo en evidencia, más allá del peso del
inglés como lengua franca, el valor de sumar el conocimiento de otras lenguas
para acceder a ámbitos laborales muy prometedores, en presencia y en línea.
Siendo así, ¿cómo es posible0 que la mayor potencia del mundo, la que se ha
construido a golpe de migraciones, la que alberga el más poderoso sistema
universitario, permita que solo una cuarta parte de sus escuelas primarias
ofrezcan enseñanzas de lenguas extranjeras?
Y la situación es más grave en
las escuelas públicas, donde la oferta de cursos se ha reducido hasta un 15%,
frente al 50% de las escuelas privadas. Sencillamente, dramático. ¿Puede esto
tener relación con el tópico de que a los estadounidenses no les interesan
otras lenguas que no sean el
inglés?
¿Son las segundas lenguas materia residual, por su aparente inutilidad
para un país que se considera cabeza de león y que probablemente lo sea? ¿Será
que la multiplicidad de lenguas aún no ha dejado de interpretarse como una
maldición, como un castigo divino por la soberbia de la Torre de Babel, según
recuerda Joaquín Rubio en su ensayo «De Babel a las lenguas prometidas»?
Sea por maldición, sea por
prepotencia, sea por indolencia política, lo cierto es que la oferta idiomática
de las escuelas estadounidenses es alarmantemente precaria, poniendo en
interrogación el lema que ha guiado su programa educativo desde 2002: «No child
left behind». Y la preocupación se extiende hacia el paisaje de esplendor que
dibujan los programas de español porque constituyen una oferta claramente
insuficiente e incapaz de seguir el ritmo de la demanda.
Además, los programas ofrecidos
son inapropiados y limitados para alcanzar un buen dominio del español: son
inapropiados porque en una gran proporción consiguen una formación lingüística
y cultural muy superficial; y son limitados porque no aprovechan la enorme
ventaja de contar con alumnos de herencia hispánica que ya manejan el español
en sus destrezas orales.
Los programas bilingües y de
inmersión dual no llegan al 10% de ese 25% total de escuelas que enseñan
español; demasiado poco. La comunidad hispana, que sigue considerando al
español como un valor que ha de preservarse, está viviendo su debilidad en la
escuela, sabiendo que es elemento clave para el mantenimiento de la lengua,
como ha demostrado la sociolingüista Carmen Silva-Corvalán.
En definitiva, la situación de
los idiomas extranjeros en las escuelas estadounidenses es débil y precaria,
con una demanda social intensa y un profesorado insuficiente y mal tratado.
Podría pensarse que los Estados Unidos consideran que les basta con el inglés o
que hacen suya la maldición del multilingüismo de Babel cuando sus autoridades
se desinteresan por la enseñanza de lenguas extranjeras. Pero también podría
pensarse que, al limitarse la oferta de idiomas, se está poniendo freno al más
buscado de todos ellos: el español.
La discriminación hacia la lengua
española es un hecho que se ejemplifica en las políticas entorpecedoras de su
presencia en el sistema educativo y que se aprecia, según Jane Hill, en
manifestaciones lingüísticas, entre bromistas y despectivas, como las del Mock
Spanish: «No problemo; mucho terrífico!» Si se desmorona el apoyo de la
escuela, el español podría caer, como fruta madura, en la licuadora lingüística
que arroja jugo con sabor exclusivo a inglés. El problema está en que los
Estados Unidos, aunque no lo vean, necesitan ponerse a la altura de Europa en
la enseñanza de lenguas, si no quieren decir Hasta la vista, baby a su posición
de predominio dentro del mundo globalizado.
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