El 15 de febrero de 1939, Antonio Machado recibió en Colliure (Francia) una carta de Luis Álvarez Santullano, gestor de la Institución Libre de Enseñanza. El poeta, aquejado de un fuerte catarro, no se vio con fuerzas de responder a su amigo de inmediato. Pero, un día o dos después, encontró el ánimo y, sobre todo, las palabras, esas en las que, pese a todo, siempre halló refugio. Fueron las últimas que escribiría. A las tres de la tarde del Miércoles de Ceniza de aquel año, el poeta murió, dejando tras de sí el amargo rastro del exilio. El destino, casi siempre a tiempo, ha querido que ochenta años después de aquel desgarro salga a la luz esa última misiva. Y su contenido es tan revelador que estremece. Conservada en un doble folio en el que se advierte el trazo estirado, pero perfectamente legible de don Antonio, en tinta azul, en ella muestra su intención de quedarse, de momento, en Colliure, pues el resto de posibles destinos son todavía inciertos.