...El Niño Jesús es el único del que podemos afirmar “que es igual al Padre” y si el Padre es Amor total, el Hijo igualmente es donación completa. Por esto la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su ascensión a los Cielos, es aquel continuo darse hasta entregar su propia vida para rescatar al hombre esclavo de sus miedos y liberarlo, capaz de amar y asemejarse a Dios. La victoria sobre la muerte, la Pascua, es el corazón de nuestra fe y lo que da sentido a nuestra existencia. Por esto es que podemos afirmar que en Navidad comenzamos a vivir la Pascua.
Los cristianos de los primeros siglos entendieron que no puede haber Pascua sin Navidad. Este es el feliz acontecimiento que nos hace entrar en la verdadera fiesta. En pocas palabras, el nacimiento humilde de Jesús en una gruta de Belén –cuyo significado es “casa del pan”– es ya anuncio de su Pascua: donación hasta el extremo de dejarse comer por nosotros como verdadero pan del Cielo, que se nos ofrece en el Banquete Eucarístico, la Misa.
Por esto en esa Santa Noche de Navidad en que el Hijo de Dios pone su morada entre los hombres, naciendo de las entrañas de la Santísima Virgen María, el mundo se regocija con el anuncio de los ángeles a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Este es el Emmanuel, Dios con nosotros, que quiere nacer en el pesebre de nuestros corazones y hacer PASCUA con nosotros.
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