Cuando, a pocos días de su muerte, Cervantes dedica Los trabajos de Persiles y Sigismunda a
don Pedro Fernández de Castro, escribe: “Ayer me dieron la
Extremaunción, y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias
crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el
deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los
pies de vuesa Excelencia… Pero si está decretado que la haya de perder,
cúmplase la voluntad de los cielos, y por lo menos sepa vuesa Excelencia
este mi deseo.” En el prólogo al Persiles, Cervantes cuenta,
con humor melancólico y aceptación resignada, cómo se iba cabalgando
lentamente en su rocín “pasilargo”. Se encuentra con un estudiante que,
al reconocerlo, lo llena de elogios. Responde Cervantes: “Ese es un
error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy
Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguna de las demás
baratijas que ha dicho. Vuesa merced vuelva a cobrar su burra, y suba, y
caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino.”
Llegados a la puerta de Toledo, dice: “¡Adiós, gracias; adiós, donaires;
adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros
presto contentos en la otra vida!” Sancho dirá al final del Quijote: “Verdaderamente se muere Alonso Quijano el Bueno.”
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